Diego, Remembranzas

El pequeño, tirado en un charco producido por una cruel lluvia, inconsciente, lloraba aferrándose a su madre. El viento despiadado hacia que las gotas golpearan su rostro. La madre, muerta por una flecha mágica, aun seguía protegiendo a su hijo.

Sin salir de la confusión del ataque, el pobre niño es tomado por los pelos por una titánica mano. Un sujeto de barba lo toma por la cabeza como si fuera un huevo.

-Decime donde está el anillo, sino queres quedar como tu madre.

Él infante no responde, se da cuenta de a poco en la situación en la que esta. El hombre, llama a otros sujetos que salen entre la lluvia y el viento. El pobre es arrogado con fuerza hacia el suelo como si fuera una piedra. Los sujetos soltando unas cuantas risas, lo empiezan a patear entre todos. Sin hacer nada más que gritar, se resigna a morir.

-¡Ya basta!- grita el barbudo, los demás se detienen ante tanta ímpetu - ¿Dónde está el maldito anillo?

Tosiendo y luego de vomitar sangre, el pequeño, junta coraje y dice:

-No… no le… No le pienso… Dar el anillo de mi mama… ¡A un hijo de puta como vos!

El barbas suelta una carcajada, y ordena a que lo sigan pateando. Pero cuando el primero de los tres sujetos lo va a patear, propinándole un puntapié en la cabeza, se escucha un ¡PUM! Y cae muerto al suelo con un agujero en la cabeza. Los demás se alarman y se disparan como si fueran cucarachas al prender la luz.

Se escuchan unas pisadas y se ve, a través del viento y la lluvia, una silueta de alguien encapuchado en una túnica negra.

-¡A él!- grita el barbudo ignorando a su compañero muerto.

A filo de espadas, los dos sujetos atacan al extraño personaje. El niño desde el suelo y apretándose las heridas observa todo. Otro ¡Pum! Se escucha y otro hombre cae muerto al suelo, esta vez con un agujero en el vientre que rápidamente empieza a soltar sangre. El último alcanza a desenfundar  y atacar a la silueta, su ataque es bloqueado con un extraño artefacto metálico, que suelta otro estallido. El pobre se aparta confundido y la silueta, con su otra mano y otro artefacto, lo mata.

-¿Qué…? ¿Qué demonios…?- se pregunta el barbudo.

La silueta se le acerca pisando los charcos y salpicando agua, él se aparta y sin ver el cadáver de uno de sus compañeros cae al suelo.

-¡Solo sigo ordenes…! ¡No me mates!

La figura encapuchada lo ignora y pone su artefacto en la frente del hombre. El frio metálico le congela los huesos y tirita no por el frio, sino por el miedo.

-Niño… - dice el encapuchado de negro- Tapate los ojos…

Sin pensar y de forma automática el pequeño se tapa los ojos con el brazo, se escucha un último ¡Puf! Y un sonido cremoso y de algo grande que cae al agua. Escucha unas pisadas, y sin querer ver, se aferra a la ceguera. Los pasos se escuchan cada vez más cerca, cuando su cara es salpicada por el agua, se da cuenta que alguien está muy cerca de él.

-Niño… estas en mi camino… hacete a un lado.

Por fin decide volver a ver, y observa al sujeto encapuchado frente a él. Sin ponerse de pie se gira hacia un costado.  Luego observa a la figura perderse entre el viento y la lluvia.

Le gustaba pasear en la ciudad todas las mañanas, con o sin lluvia, iba igual. Su túnica negra atraía la mirada de los curiosos que a esas horas recién abrían sus puestos de trabajo. Primero visitaba la tienda de ropa, le gustaban los hermosos vestidos de seda, soñaba que bailaba con un príncipe en una pista de hielo. Cuando ya compraba uno o dos vestidos, visitaba la tienda de mascotas, pequeños dragones, mini hadas acompañantes, y perritos de tres cabezas eran lo que más le atraía. No tenía problema en mostrar su lado tierno a esas criaturas.

Pero estas cosas solo eran distracciones, bajo esa capucha negra se encontraba una persona que leía novelas de amor. Esas novelas le encantaban, afirmaba que era la única forma en que podía sentir amor. Era el amor del que duele, no del que termina en una noche de placer. Era el verdadero amor. Leía una novela por semana y se dejaba llevar por aquellas viejas historias de pasión. La dueña de la librería siempre le seleccionaba las mejores historias.

Cuando por fin se abasteció de novelas de amor para soportar dos semanas más, salió de la ciudad disfrutando un hermoso día soleado. Aun no se quitaba la capucha, le daba vergüenza quitársela después de haber estado tanto tiempo con ella. Caminando vio al niño frente a cuatro tumbas. Tenía las manos todas lastimadas y llenas de tierra.

"Las cavó él mismo… incluso la de su madre y los tres asesinos… " Pensó.

Sacando de su túnica negra, el artefacto con el que asesino a los bandoleros, le dijo al niño.

-No temas… de donde vengo esto es una señal de respeto.

Dijo y soltó tres estallidos al aire con ese objeto metálico.

-¿Tenes a donde ir?

El pequeño no respondió, aun seguía perdido en sus pensamientos y observando la tumba de su madre. Sostenía el anillo de ella con fuerza.

-Ya veo… venite conmigo. Yo me voy a encargar de vos.

Para sorpresa del niño, sintió que le tomaban la mano, una mano suave y sedosa sujetaba la suya con ternura. Vio a la persona que lo tomaba por la mano y vio que se quitó la capucha, dejando ver a una hermosa y joven mujer de pelo rojo. El sol se estaba escondiendo produciendo un hermoso ocaso. La mujer y el niño se fueron del lugar, tomados de la mano y caminando hacia el sol.

-Niño… ¿Cómo te llamas?

-Diego… - respondió el niño con el ocaso reflejado en sus ojos.